sábado, 23 de agosto de 2008

El espejo de la igualdad

Jamilha reza a la vida con la naturalidad de una mujer que decide apostar por modernizar su condición. Es capaz de portar una chilawa con la misma elegancia que viste un pantalón vaquero ajustado a su definido cuerpo. Nadie se lo ha enseñado pero lo intuye. Tiene muy presente la idea de adaptarse a los nuevos tiempos para asegurar la visita de un renovado futuro. Escucha todo y a todos, aunque no sea en su idioma. Nunca ha pisado las baldosas de una escuela. Desconoce el olor a libro recién comprado a inicio de curso. Leer y escribir son dos asignaturas pendientes.

Mientras miles de niñas esperaban salir al patio para jugar a la hora del recreo, ella iba en busca de agua hasta el regato, caminando horas y horas, desde una aldea próxima a la ciudad marroquí de Fes. La infancia fue entregada a los suyos por necesidad. "Cuidar el ganado y beber cada día era prioritario". Lo cuenta recurriendo al tono de normalidad, sin inmutarse. Insiste en mantener la mirada como muestra feaciente de sinceridad. De vez en cuando, acaracia sus ojos con los párpados y presume al hacerlo. Detiene el ritmo de la conversación para regalar un secreto íntimo: "Desde muy pequeña, temíamos a los enfados y broncas de mi madre en casa. Nos pegaba duro". Sonríe al recordarlo y busca mayor comodidad en la rígida silla de madera. Arropa su relato personal con el movimiento de las manos. Las mueve con estilo y feminidad.

Abandonó la ciudad de Fes, donde trabajó en pequeñas fábricas de tejidos, y buscó la ciudad de Tánger. Allí, las grandes cadenas de producción del textil estaban esperando para ser ocupadas por mujeres. Jamilha fue una ellas y no tuvo opción. Desde muy jovencita, dirigió sus pasos hacia este sector, ignorando las graves precariedades sociales y laborales. Aun así, cada mañana, acude al puesto de trabajo con la resignación necesaria para superar el sobrepeso de una larga jornada de diez horas. Treinta minutos dedicados a un tentempié y algún minuto de más arañado en las contadas visitas al baño cierran la agenda del día. Todo ello, frente a la máquina de coser, planchar y etiquetar. Vestida de blanco consume las horas en beneficio de otro.

Los 1800 dirhams (180 euros) de salario mensual siguen concediéndole el humilde privilegio de residir, con otras cuatro personas, en un reducido espacio de 20 metros cuadrados. En este lugar, se intenta hacer vida: Comer y descansar son los principales objetivos de Jamilha cuando está en casa. La humedad ha deteriorado parte del techo, "el calor, transcurrido unos minutos, es insufrible". Por el baño, es recomendable no preguntar porque no hay. Sin embargo, la situación no agobia a la anfritiona y se levanta a preparar un té, acompañada de una de sus compañeras y mejor amiga: Radja.

Confía en que, algún día, las cosas cambien y su vida adquiera otra dirección alejada de la zona fabril. Guarda con celo la idea de abrir su propio negocio de moda. "Una pequeña boutique en el barrio estaría bien. Sería un bonito proyecto", aclara. Por el momento, está considerada como una referencia en la asociacion Atawassoul, colectivo que defiende los derechos laborales y sociales de la mujer en el norte de Marruecos.

Con respecto a la familia y la vida en pareja, Jamilha no es flexible: "Es básico que me respete. Sin eso, conmigo, no hay nada que hacer". Prosigue con un suave sonido, hablando de sus inquietudes entre alguna risa que se cuela con indiscrección. De repente, mira la hora. Son las nueve y, a partir de ahora, el tiempo se invierte en preparar el nuevo día.

Despide a los invitados con una sonrisa al compás de la agradecida palabra Sucram (gracias) en la puerta. Una vez cumplido con el exquisito protocolo y, en su minúsculo pasillo, Jamilha se mira en el espejo con la mente perdida. Por tan solo unos segundos, imagina a la igualdad de género, laboral y social irrumpiendo en su propia realidad.

Fotografía: Miguel Núñez

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que dos historias!!!! De nuevo habeis sabido llegar al corazón. La foto de Jamilha es impresionantemente bella. Sus ojos reflejan la serenidad de una mujer que ha aprendido.... de la vida, ya que decís que los libros nunca han estado a su alcance. Lo importante es tener claro lo que uno no quiere y rebelarse en la medida de lo posible. Por eso me emociona su seguridad en un futuro "con respeto".
La de la madre anónima, no es menos conmovedora. A ella le faltó ese respeto pero nunca es tarde y ojalá que algún día pueda y quiera mostrar su rostro con orgullo, porque lo ha conseguido.
Sucram a las dos por su sinceridad y a vosotros por saber cómo hacérnosla llegar.
Belén S.

Anónimo dijo...

Si ya la historia de Jamilha me impactó el año pasado a través de la magnífica exposición fotográfica de Juan y Roi para Amarante, conocerla aún más íntimamente a través de este relato, me ha hecho reafirmarme en mi primera impresión sobre esta mujer.

Un ejemplo de fuerza, de lucha por el reconocimiento de la mujer en Marruecos y sobre todo un referente para todas aquellas niñas y mujeres que pivotan sobre la asociación Attawasoul.

Una mujer que tiene claro sus objetivos y que a pesar de las limitaciones que la vida le ha impuesto, es capaz de mirar más allá del presente y soñar con un futuro mejor, que sólo al oírla hablar, muchos estamos seguros de que lo podrá conseguir.

Una vez más (aunque sea repetirme), enhorabuena por vuestro trabajo en el Sur y por traernos una nueva historia tan enriquecedora como esta.

Álex